Desgracias heredadas
(I´m a fool to
want you/
I´m a fool to hold you/
Such a fool to hold you/
I can´t get along
without you
Frank
Sinatra, Jack Wolf, Joel S. Herron
Anoche por la madrugada escuché un
pilón de jazz:
Miles Davis, Satchmo, El Duque,
y a mitad de camino,
con su timbre quebrado e inquietante:
a Billie Holiday, que me entristece
una banda.
Después hojeé un librito de cuentos
de Clarice Lispector.
No encontré el que buscaba: Felicidad clandestina.
Felicidad clandestina debe ser
el cuento que en más antologías de
Clarice aparece.
En la mía no estaba.
O quizá lo busqué mal,
atrapada por las garras del insomnio.
También llamé a mi madre
cruzando los sagrados límites
hasta el otro mundo
y le pedí que me ayudara
a pasar una buena noche.
A mi madre le gustaba mucho el tango.
No por nacionalismo.
Le encantaban las letras.
Era fanática de Marino aunque
no fuese compositor,
e idolatraba a Malena
porque cantaba el tango como ninguna.
Poco, mejor dicho, casi nada,
le importaba la pose intelectual
de quienes recitaban poemas en La Paz.
A mí las milongas me hacen llorar.
No sé por qué me hacen sentir fatal
conmigo misma.
Recostada,
miro el ventilador de techo
inútil cuando está por llegar el
invierno.
Si por lo menos,
giraran sus aletas como norias
se alejarían los negros pensamientos.
Mis deudas son incalculables
por intentar
ser cuidadosa y auténtica en mi
empleo.
No vaya a ser que me despidan.
El tiempo se ha estancado en línea
recta en las
agujas.
¿Todavía quedan relojes con agujas?
Mi voz va perdiendo su tono espeso,
se vuelve errática en la armonía,
y eso
que cada día hablo menos y menos
y tan poco.
Me cansa modular la palabrería.
Desde mi sitio se oye con nitidez
el rastrillo del empleado público
que está barriendo las hojas del otoño
y mí no se me ocurre un cuerno
para prologar la disertación ante la
Uni.
Me parezco a mi madre si estoy triste.
La vida cotidiana tiene
sus pequeñas desgracias heredadas.
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