miércoles, 17 de febrero de 2021

Desgracias heredadas

 

Desgracias heredadas

                                                    (I´m a fool to want you/

                                                    I´m a fool to hold you/

                                                  Such a fool to hold you/

                                                  I can´t get along

                                                                 without you

 

                                                                                                                Frank Sinatra, Jack Wolf, Joel S. Herron

 

Anoche por la madrugada escuché un pilón de jazz:

Miles Davis, Satchmo, El Duque,

y a mitad de camino,

con su timbre quebrado e inquietante:

a Billie Holiday, que me entristece una banda.

 

Después hojeé un librito de cuentos

de Clarice Lispector.

No encontré el que buscaba: Felicidad clandestina.

Felicidad clandestina debe ser

el cuento que en más antologías de Clarice aparece.

En la mía no estaba.

O quizá lo busqué mal,

atrapada por las garras del insomnio.

 

También llamé a mi madre

cruzando los sagrados límites

hasta el otro mundo

y le pedí que me ayudara

a pasar una buena noche.

A mi madre le gustaba mucho el tango.

No por nacionalismo. 

Le encantaban las letras.

Era fanática de Marino aunque

no fuese compositor,

e idolatraba a Malena

porque cantaba el tango como ninguna.

 

Poco, mejor dicho, casi nada,

le importaba la pose intelectual

de quienes recitaban poemas en La Paz.

 

A mí las milongas me hacen llorar.

No sé por qué me hacen sentir fatal

conmigo misma.

Recostada,

miro el ventilador de techo

inútil cuando está por llegar el invierno.

Si por lo menos,

giraran sus aletas como norias

se alejarían los negros pensamientos.

 

Mis deudas son incalculables

por intentar

ser cuidadosa y auténtica en mi empleo.

No vaya a ser que me despidan.

El tiempo se ha estancado en línea recta en las

agujas.

¿Todavía quedan relojes con agujas?

Mi voz va perdiendo su tono espeso,

se vuelve errática en la armonía,

y eso

que cada día hablo menos y menos

y tan poco.

 

Me cansa modular la palabrería.

Desde mi sitio se oye con nitidez

el rastrillo del empleado público

que está barriendo las hojas del otoño

y mí no se me ocurre un cuerno

para prologar la disertación ante la Uni. 

Me parezco a mi madre si estoy triste.

La vida cotidiana tiene

sus pequeñas desgracias heredadas.

 

 

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