Los
varones no saben distinguir.
Los varones no saben distinguir.
Generalizan.
Corroen altaneros los anzuelos;
epígono del cuerno en bocanadas
despliegan su factura de machismo,
lo hacen al tuntún
y se equivocan.
Confunden lo hogareño
y el código de honor,
los trampantojos,
las vecinas de otoño
y los perpetuos volcanes.
Cuando amo quiero ser
una oveja full time; poder decirlo
sin hallar la vergüenza de mis actos
aunque tilden mi paraíso de flojedad,
pereza o negligencia.
Tiempo completo.
24 horas a sus pies,
pues lo único que importa es el
contacto.
Cuando amo quiero estar
como un loro parlanchín
dictando leyes, profiriendo gritos
a los inoportunos visitantes;
o como una ciega monja
abstrayéndome
del frívolo argumento de los viajes
que cuentan los carteros
-soeces, mercenarios como lunas-
para vivir atada a mi aparejo.
Cuando amo quiero conocer
las etimologías,
el tropo, el fotolito, la metáfora,
la rítmica y la métrica
de la cavidad de una boca
y una lengua
de hombre que me cubra entre sus
grutas,
me cobije y me ampare.
Yo podría embadurnar los lienzos más
feroces,
cantar en los teatros, llaga herida,
como un gran chimpancé amaestrado
y ser famosa.
¿Para qué?
Los varones no saben distinguir.
El relámpago no es trueno;
es luz devoradora y certidumbre.
Mis vértebras son cuerpos
trascendentes.
Mi amor, malón desbaratado,
hasta en la cofas,
es realeza de etnia paleolítica
que atropella catástrofes eróticas
con moño de manual de lencería
en revistas femeninas del pasado.
Cuando amo,
soy toda oídos para él.
Peco en su nombre.
Soy manta que calienta en la flacura.
La zoca sin cautela que se ofrece
al humor de sus flujos turbulentos
con vapores, turgencias
y un dilema de brunas paradojas.
Los varones no saben distinguir
y por desgracia,
millones de mujeres
repiten el discurso viril
y se equivocan.
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