Cataratas
Entra el mar en mi pupila como un río
desbocado
contra el túnel carnoso de opacas
telarañas.
Es la mudanza del fuego,
el humeante territorio,
los vidrios astillados del arcano.
Muere la voz en el lagrimal herido
y resucita en la enigmática
caída de las aguas.
En todo manifiesto hay hipocresía.
En toda generalización hay falacia.
En todo poema hay un pecado, una trampa
mortal
en su audacia democrática.
El mío no tenía por qué ser la
excepción.
No hay cuaderno en este mundo que no
se pierda entre el humo y la
senescencia.
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