miércoles, 17 de febrero de 2021

¿Dónde estás?

 

¿Dónde estás?

 

Voy turbulenta y segura

metida en tu cuerpo de chacal,

la atmósfera me abrasa

efusivamente.

Me derrito igual que una estalactita de la gruta;

esterilizada y prodigiosa.

 

Por la mañana siguiente,

los ruidos de los vendedores ambulantes

me desvelan

y recupero la confusión

de no saber dónde estás,

si es que estás.

Es un desagradable estado

(como el aliento fétido

después de una fiesta y su resaca).

Con el correr de las horas,

cruzando de calle a calle,

bajo la fría neblina

redescubro al enmascarado

debajo de la capucha luctuosa.

 

Vuelve un rostro a yacer a mi lado.

Tal vez no sea uno,

sino dos, sino tres,

sino diez...

pero eternamente

uno con el mismo rostro.

 

¡Qué triste es buscar señales

admonitorias en el tiempo

que nos enfrenten con esa otra cara-cruz

que nos pertenece!

Rechazo la coartada universal,

decía El comandante.

 

Escribo desde mi desmemoria,

evocando el poema que hace tantos siglos

recordara un belga en París.


 

Una idea vaga.

Una agitación reconocible en la distancia.

La misma lluvia

que antaño nos diluviara

bajo las arcas

que guardaban las Tablas de la Ley,

el maná y la vara de Aarón.

 

 

¿Hubo amor?

¿Habrá amor?

Ignorando pasados y futuros

el arroyo de la duda.

¡Ay! ¡Ay!

Hay amor

en los desencuentros.

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