miércoles, 17 de febrero de 2021

Improvisaciones

 

Improvisaciones

 

“Sigo al humo como una ruta propia”

Fernando Pessoa, Álvaro de Campos. Tabaquería.

 

“Sigo al humo como una fruta propia”

Versión personal.

 

Solo escribo cuando tengo algo que decir,

generalmente, no se me ocurre gran cosa.           

Aunque algunos dicen que escribo demasiado,

que suelto mi sangre atropellando las letras,       

y ruegan que me cuide. No es bueno

querer tener siempre la última palabra.

Me puedo quedar callada,

pero,

¿para qué?

¿para qué quedarme callada?

¿o para qué decir?

¿para qué estar?

¿Cómo definir con palabras lo inasible

existencial?

 

2

Uno a veces no sabe a qué atenerse.

Estamos en un mundo donde todo Cristo

tiene algo que decir.

Pero claro, nadie dice nada,

porque nada puede ser dicho.

Ya todo fue dicho.

Entonces, la Naturaleza  ofrece

sin sorna construir

un entorno,

un entorno diverso,

importante,

no más Nada.

Un zoo universal donde estar vivos,

para tal vez morir de ser gentes

cargando nuestros féretros,

deletreando a gritos

la inscripción modélica,

presintiendo el secreto hemisferio

tras inaugurar un ritual fulgurante

y relicto

después del fuego.         

 

 

3                                                                      

De pronto la razón se transforma

en verdad inmediata,

en un práctica sin sentido,

donde el conocimiento del ser humano,

es lo baladí,

una decadencia inmemorial,

sin usos ni costumbre.

Un conjunto de fuerzas

en medio de ese escenario

puede determinar con

un excesivo rigor,

deshacer el pensamiento

por las atenciones que estamos recibiendo.

Los dones y el registro que nos limita

nos llevan a la verdad,

apartándonse de la locura,

dibujando un círculo de miseria,

un envoltorio.

Es como una realidad concreta

en una tierra baldía, infiltrada de poesía ajena,

en la cual

profundizar la negatividad;

casi una obligación,

una enfermedad de la cabeza

para unos

y un elixir confiado o confinado para otros.

Una confrontación irreparable

entre el sí o el no,

el poso que uno creería encontrar

en una operación de resta,

de las que desvinculan

curiosamente

las ceremonias que hemos vivido

de las extrañas peripecias

que nos faltan por vivir.

 

4.

Las relaciones humanas

son absolutamente humanas,

cuando son impredecibles.

La conmiseración

será una manera de destruir

al mentecato

el día en el que sufrimiento rodee al  vacío,

pero lo rodee con felicidad.

Porque felicidad también es sufrimiento

en un mundo

que nos convierte en culpables

por ser felices.

Ahí donde deviene necesario

un compromiso locuaz

con la dialéctica.    

Se nos exige un certificado,

una especie de promesa,      

sin pronunciar palabra,

en silencio

liberado a su destino,

una falla, un suceso,

una blasfemia detrás.             

Estamos desconformes con el origen

aunque no sepamos si hay un origen,

sin embargo, en la redondez del tiempo

y del espacio

decimos: no volveremos a beber

dos veces las aguas del mismo río.

 

La razón se inclina

y el corazón se contraría;                       

¡cuánto nos angustia ese no beber

del líquido tangible!

Lo sustituye una decoración familiar.

Una decoración familiar                                                                         

que termina siendo ficticia

o quizá monstruosa,

nos introduce en un círculo

de orden,

de mandamientos que debemos

acatar como anatema.

Vamos provistos por completo

de movimientos impecables,

paradójicos,

en un reposo de la oportunidad

donde el alma se sobrecoge

ante las brasas

del otro lado,  -el lado oscuro,

el lado ígneo-,

cuando nuestra pasión reina en el vacío,               

siguiendo esos principios que olvidamos.

Esos principios                               

que forman parte de nuestra existencia,

que ahora parece no tenernos a su vera,

subrayando soez la acción moral,

esa cosa heredada por los reformadores.

 

En ninguna parte,

excepto en las novelas,

hemos visto una adoración más insensata

a la buena fe,

a la bonhomía,

y puede que el mundo sea esto

y haya reuniones que transcurran

en la falta de ensamblaje

del descontento global.

Recordamos el papel

de visitantes que nos ha tocado.

Recordamos, por fin,

como hemos de ceñirnos

a una forma de gueto,

a una estima innecesaria,

a un espíritu indomable

despertado de su reminiscencia

que se ahoga,

como una secreción,

como una segregación religiosa.

 

¡Adiós Estévez!

A Dios.





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